Calendario de Adviento

Cuentos de George Dreissig

 

1-Camino a Belén

 

Eran tres los que  estaban en camino: María, José y el burro que trotaba alegremente adelante. José llevaba su bastón. Estaba acostumbrado a  caminar largos trayectos a buen paso.

            María, la dulce madre  de Jesús, hacía como podía para ir a su ritmo, pero sus pies tropezaban a menudo con las piedras del camino. Cerraba los dientes para esconder su dolor. Dejó escapar una lágrima que no consiguió retener. El pequeño burro no se enteró de nada y José tampoco: estaba atento para no perder el camino. El ángel que acompañaba a los viajeros vio que María lloraba. Entonces se inclinó hacia ella y le dijo: ¿”Por qué lloras pequeña amada de Dios? Estás camino a Belén; allá el niño Jesús vendrá al mundo. ¿No estás feliz de esto?” María le respondió: “El pensamiento de que el  Niño va a nacer me colma de alegría. Lo que me entristece son  estos guijarros contra los que tropiezo y me lastiman los pies”.

            Tras estas palabras, el ángel se volvió hacia las piedras. Las miró con sus ojos celestiales radiantes de luz. Y he aquí, las piedras se transformaron bajo su mirada: sus ángulos y sus aristas cortantes se redondearon y tomaron reflejos coloreados. Algunas llegaron a ser incluso transparentes como el cristal y centelleaban sobre el camino, iluminadas por el ángel.

            Entonces María avanzó con paso seguro. Delante de ella el camino lucía e irradiaba y ya ningún dolor vino a molestar su andar hacia Belén.

 

 

2-Secreto de la gran piedra

 

Un día, yendo María y José hacia Belén, se encontraron con una piedra enorme. Estaba en medio del camino y lo ocupaba todo. Así es que todos los que por ahí pasaban o tenían que buscarse un sendero entre los arbustos de ambos lados, o trepar por la poderosa piedra.

            Esta piedra tiene una historia muy especial.

            Cuando se estaba construyendo el camino, siete hombres fuertes tuvieron que tratar con mucho esfuerzo hasta que la echaron a un lado. Pero al día siguiente, cuando volvieron al trabajo, la piedra se encontraba otra vez en el mismo lugar de antes, como si siempre hubiera estado allí. Entonces los hombres protestaron furiosos, se arremangaron y repitieron el duro trabajo. Pero al día siguiente la encontraron donde había estado antes. Estaban rojos de cólera, y con todas sus fuerzas la hicieron rodar nuevamente fuera del camino. Al día siguiente volvió a estar donde siempre había estado. Esta vez no se enojaron, sino que se miraron desconcertados por este misterio. Decidieron entonces ir donde un ermitaño que vivía en el bosque  y le contaron  lo que había sucedido. El les escuchó atentamente, asintiendo con la cabeza y con aire comprensivo les dijo:

            “Aquel que debe apartar del camino esta enorme piedra no ha llegado aún. Por lo tanto dejad la piedra donde está y permitid que aquel que tiene la misión de hacerlo, la haga rodar fuera del camino”.

            Los hombres volvieron a su cantero y siguieron su consejo, así la piedra quedó allí, en el medio, apesadumbrando a muchos viajeros.

            También María y José se detuvieron delante de la piedra, pues José no podía hacerla rodar, ni siquiera con la ayuda del burrito.

            Cuando estaba ahí, pensativos delante de esta enorme piedra, José tocó sin darse cuenta la piedra con su bastón. Era un golpe muy liviano, pero no bien la hubo tocado, esta se quebró en dos partes, cayendo cada una de las dos mitades a ambos lados del camino. Y ahora  se podía observar que la poderosa piedra estaba llena de cristales que brillaban refulgentes a la luz del sol.

            Poco tiempo después, el ermitaño pasó por este camino. Cuando vio la piedra quebrada y los cristales que brillaban en su interior, sus ojos se iluminaron y se dijo: “Aquel a quien estaba destinado abrir el camino ha aparecido”, y su corazón se llenó de alegría y esperanza.

 

 

 

3-El Milagro de la Fuente

 

En aquella época en que María y José y también el pequeño burro caminaban en dirección a Belén, no existía el agua corriente.

            Las mujeres  tomaban su cántaro e iban a sacar de la fuente. Allí se encontraban para charlar. La fuente era un lugar de encuentro, el sitio en que intercambiaban las últimas novedades.

            Esa tarde, Ruth tomó su cántaro para ir a la fuente. Desde que salió de su casa fue deslumbrada por la luz intensa de una estrella. Esa tenía tal resplandor que las otras estrellas, y la luna incluso, parecían completamente pálidas. Ruth maravillada, se quedó quieta en el lugar. No podía despegar sus ojos de esta estrella resplandeciente. Se olvidó de la hora y de lo que tenía que hacer. ¿Qué mensaje anunciaba este astro luminoso?

            El viento la sacó de su sueño. Tomó su cántaro y se dirigió rápidamente hacia la fuente. Allá no había nadie. Todos habían vuelto de sus casas. Ruth colgó ágilmente su cántaro a la cadena, y se detuvo: la estrella se reflejaba en el fondo del pozo. El agua brillaba allá dentro como el oro. La joven maravillada murmuró:

            “¡Que luminoso resplandor, si por lo menos la abuela lo pudiese ver!”

            Pero la abuela estaba sentada en casa, en su sillón. Sus piernas debilitadas por la edad, casi no la podían sostener. Ruth dejó deslizar lentamente su cántaro en el pozo para no enturbiar el agua.

            Cuando lo volvió a subir, la joven se maravilló otra vez. Pues el agua del cántaro brillaba tanto como el oro. Entonces mojó la punta de su dedo y la probó: el agua tenía el mismo gusto que de costumbre. Ruth levantó su cántaro y volvió rápidamente a casa. En cuanto abrió la puerta gritó: “¡Abuela, mira lo que te traigo!” Y le hizo contemplar el agua que relucía como oro puro.”¡Mira! Ha guardado el destello de la estrella para que tu la pudieses ver”.

            La anciana miró el agua pensativamente y dijo: “¿Cuál será esta luz que comienza a brillar sobre el mundo y que al agua pura le gusta conservar su destello?” Después volviéndose hacia Ruth añadió: “he aquí que yo veo el reflejo de tus ojos. Guárdalo como lo más precioso”.

            La noticia  del agua de oro se extendió rápidamente y todos venían a sacar de ella. Sacaban cantidades pero el agua de oro no se agotaba. Guardó su resplandor hasta… ¿hasta cuándo justamente? Hasta el día en que el niño Jesús nació en Belén. Desde entonces él empezó a iluminar el mundo con su luz.

 

 

4-La Canción del Viento

 

María, casi nunca había salido de Nazaret, y le costaba viajar a tierra extranjera. Hasta este día nunca había tenido que mendigar para encontrar un techo, y jamás había dormido al borde del camino. Los días se le hacían muy penosos. El sol brillaba sobre el mundo  mientras que María y José se apuraban  por llegar a Belén. Pero en la noche María extrañaba.

            Acostada en la oscuridad María pensaba en Nazaret: en su casita, en los rosales del jardín, en el aroma del jazmín bajo la ventana, en el murmullo del viento que jugaba entre el follaje de los árboles y en los arbustos desde bailaba entre las espigas.

            ¡El viento era un gran y viejo amigo! Por las mañana antes de que María se levantase entraba por la ventana abierta. Murmuraba dulcemente o soplaba enojado y María no tenía necesidad de mirar el cielo, pues sabría que tiempo habría según el olor o la humedad que traía. Pero aquí, en un país extranjero el viento parecía diferente, un viento que María no conocía y entonces se sentía más sola todavía.

            Pero, ¿no es cierto que el viento sopla donde quiere?

            Pues aunque parezca imposible, el mismo viento que rodeaba a María sentía su tristeza; ¿Cómo reconfortarla? Retuvo su soplo y reflexionó largo tiempo.

            Normalmente tendría que soplar todo lo que pudiera y entra en todos los rincones por todas las fisuras. Sin embargo le parecía que María se sentía tan sola lejos de su país natal…

            De repente, entonó otra canción. Cantó a la primavera de Nazaret, al grano que germina, a las corolas que se abren, a la gloria de las flores, al murmullo de las abejas. Y ese canto tan dulce, tan pleno de amor reconfortó el corazón de María y se durmió feliz.

            ¡Que buen viento! No puede dejar de ocuparse de María, la dulce madre de Jesús.

No hay que extrañarse que cuando se acerca el tiempo de navidad, el viento entona cánticos primaverales. Canta para María, para que no se sienta tan sola y abandonada sobre tierra extranjera.