10-Simples Cebollitas

 

Un mercader volvía de viaje. Había visitado países lejanos y traía los brazos cargados de regalos. Habían objetos y tejidos raros, especias exóticas y joyas. Cada uno de los miembros de la familia recibió algo extraordinario. Pero a su mujer, el mercader le ofreció una simple bolsa de tela. “Cuídala bien”, le dijo. “Parece que la bolsa posee dones de profecía. Nos anunciará la venida del Rey de los Reyes”. La mujer quedó muy sorprendida. A veces llevaba la bolsita tosca a su oreja y la miraba por todas las costuras, pero no encontraba nada de particular.

            Un día, el mercader se ausentó por un nuevo viaje. Su mujer tomó la bolsita y se internó furtivamente en el bosque. Cuando se sintió escondida de todas las miradas, abrió la bolsa.

            ¿Saben  que encontró allí? ¡Cebollas!, simples cebollitas. “¿Este era todo su secreto?, gritó decepcionada. Esparció las cebollitas sobre el campo y se volvió a su casa.

            Las cebollitas quedaron olvidadas en el camino en el medio del bosque. Expuestas al viento y a la intemperie, fueron pronto cubiertas de polvo y tierra.

            Ocurrió que en el camino que conducía a María y José a Belén atravesaba justamente este bosque. Y lo que el mercader había predicho ocurrió. Las cebollitas se abrieron bajo el paso de María y de ellas salieron pequeñas flores blancas y plateadas que iluminaban el suelo como si hubiera sido sembrado de estrellas.

            Hoy todavía florecen estas pequeñas flores y anuncian la venida del Rey de los Reyes.

            Florecen en algunos países en Navidad y se les llama” Rosas de Navidad”.

 

 


11-Los Pinos

 

Cuando dios creó a los árboles los proveyó de raíces y ramas. Las unas se afirmaban a la tierra, las otras se elevaban hacia el cielo, pues ellos habían venido de allá y no debían olvidarse jamás de su verdadera patria. Desde entonces, los árboles tienden sus ramas hacia lo alto como una plegaria silenciosa y perpetua, recordando a su  Creador.

            El pino, hace mucho tiempo, hacía lo mismo y, dirigiendo hacia arriba sus largas y anchas ramas dominaba incluso a los otros árboles. Pero esto es diferente hoy en día; ¿saben por qué?

            Ocurrió así:

Una noche, María la dulce madre de Jesús y José, su marido, se encontraban en un gran bosque de pinos. Estaban lejos de toda casa y no habían encontrado albergue esa noche. Entonces se acostaron al pie de un árbol para tratar de dormir. Pero se levantó un viento fresco que se hacía cada vez más fuerte. Incluso acercándose mucho al tronco de os árboles elevados, no se estaba protegido. Entonces María, en su angustia, se puso a acariciar el tronco del árbol que le protegía y dijo: “Perdóname que interrumpa la plegaria que diriges  a nuestro padre. Pero mira: Dios mismo se ha inclinado hacia la tierra. Yo llevo a su hijo bajo mi corazón. Y tiene necesidad de tu ayuda”. Con las palabras de María, un estremecimiento recorrió todo el árbol.

            Lentamente, muy lentamente, fue volviendo sus ramas hacia el suelo, de forma que pareciese un enorme techo. El pino había perdido sus agujillas siempre una vez al año, pero aquí comenzaron a crecer. Así, las ramas del pino sirvieron de abrigo a María y José durante la noche. Y desde ese día, el pino nunca pierde sus agujillas.

 

 

 

12- El Misterio de las Rosas

 

¡Con que alegría había visto María florecer las rosas sobre el seto espinoso del bosque! Había juntado un ramillete que llevaba en su brazo bajo su manto para que estuviesen protegidas. Y las rosas permanecían frescas y guardaban su silencioso perfume para María.

            Cuando maría y José se encontraban cerca de Jerusalén, encontraron en el camino a dos soldados romanos que marchaban a paso firme como grandes señores y gritaban: ¿Paso a la armada romana!

Uno de ellos golpeó el lomo del burrito. El pobre animal, asustado se echo al un lado, aunque el camino era bien ancho. Uno de ellos se dirigió a maría con un tono burlón: “¿Hermosa, que escondes ahí? Déjame ver un poco”. Y metió la mano bajo el manto de María, pero la retiró de golpe gritando. Se había herido los dedos con las espinas. ¿Qué escondes ahí pues? Gruño blanco de rabia. María abrió su manto y apareció un ramo de espinas. Pensaba en el día que había florecido. ¿No le había enviado Dios un aliento benefactor para permitirles expandirse? ¿Qué les había sucedido ahora? María estaba apenada  y José sentía su tristeza. Le puso la mano dulcemente en su hombro y le dijo para consolarla: “No te apenes María, han florecido durante mucho tiempo para ti. Ahora que solo quedan espinas tíralas”.

            Pero María sacudió la cabeza y respondió” Ahora conozco el secreto de las rosas, ¿Cómo voy a poder separarme de ellas?”

            Y con cuidado  recubrió con su manto el ramo, que no tenía necesidad de ser protegido. Las palabras del soldado resonaban todavía en su corazón:” La gente podía pensar lo que quisiese. Estas espinas María las había visto florecer, ¿Por qué las iba a despreciar ahora? Un dulce perfume d e rosas subió hasta María. Echó una mirada prudente bajo su manto: ¡Que esplendor! Las ramas estaban de nuevo cubiertas de flores. En el establo de Belén, cuando el niño Jesús vino al mundo, los capullitos florecían aún.

 

 

 

 

 

 

13-La Prisa del burrito

 

¿Conoces a los burros? Son caprichosos. Robustos y resistentes se les puede cargar con bultos pesados. Pero a veces se obstinan. Entonces se vuelven sordos para todo: Tanto como para las súplicas como para los retos. Aunque trates de hacerlos avanzar: ellos arraigan sus patas y no se mueven ni un paso. Si tratas de tirar de ellos como si trataras de empujarlos: ¡Nada que hacer! Entonces te desesperas, y de nuevo adorables, fieles y entregados. Toda testarudez ha desaparecido como por encanto.

            El pequeño burro de María y José era como todos los burros: testarudo caprichoso y adorable. El viaje a Belén hubiera sido largo y difícil con un animal como éste, si no hubiese sido que de repente se volvió dulce y dócil. Y esto fue así:

            José había cargado el burrito. Había puesto todo lo que iba a necesitar durante el viaje. El pequeño asno se había quedado firme y tranquilo. Parecía ser el más dulce, el más amable de los burros de Nazaret. José tomó la brida en su mano; era hora de irse. En este momento el burrito se empecinó  en sus patas y rechazó dar un paso. José le acarició, después le retó, pero en vano; el burrito no hacía el menor movimiento. María probó suerte. Rascó sus crines entre las orejas. “Ven”, le decía, “vamos, ven, ya es hora, el camino es largo”. Pero nada que hacer, el burrito quedó inamovible.

            Cuando la situación parecía desesperada, el ángel Gabriel intervino. Así como si nada se apreció ante el burrito y le dijo: “El viaje hasta Belén será penoso. El trayecto será largo para tus patitas flacas. Es preferible que te quedes aquí, has tenido razón para estar testarudo. Yo voy a llamar algunos ángeles que te llevarán tu carga”. Después añadió: “¡Que pena que tu no estarás cerca del Niño Jesús cuando nazca!” ¡No escucharás cantar a los ángeles! ¡No comerás del heno del pesebre, el buen heno que servirá de colchón al Niño Jesús!”

¿El canto de los ángeles? ¿Acaso los ángeles cantan ya? Levantó su hocico al viento: sí, le parecía sentir el olor del heno. Entonces partió al trote encabezando al grupo. Todo su empecinamiento se había olvidado. Ahora tenía prisa por llegar a Belén. Al atardecer hubiera preferido no descansar. Y por la mañana, antes de que l sol hubiera salido, él era siempre el primero que se despertaba. Decía: “¡hi-han!”, “¡hi-han”!, que quería decir: “Levantarse ya es hora”. Salgamos hacia Belén, vamos a escuchar a los ángeles  y a probar el buen heno”.

            ¡Ah, sí! Los asnos son capaces de muchas cosas, cuando lo ángeles les hablan.

 

 

 

 

 

14-La tela de Araña

 

Una noche, María y José habían encontrado en una cueva refugio para dormir. Al entrar, una gran araña pasó delante de ellos. José quiso cazarla con su bastón. María le dijo dulcemente:” Deja este animalito en paz, José. Lo que Dios ha creado no me va a dar miedo. Además la cueva es bastante grande para todos”. Poco después se acostaron.

            Esa noche el viento sopló violentamente: Quitaba l polvo de las estrellas: El cielo debía estar reluciente para el nacimiento del niño Jesús. En Navidad, los astros debían brillar como oro puro. Así el viento soplaba con todas sus fuerzas.

            En la cueva, María estaba temblando de frío y no podía dormirse. Estaba bien envuelta en su manto bordado de estrellas, pero el viento se filtraba por todas partes. José acostado a su lado dormía profundamente y no se daba cuenta de nada.

            Pero alguien percibió lo que allí pasaba: la araña.

            Ella portaba a María en su pequeño corazón, por haber pronunciado palabras tan protectoras para ellas. Así se puso a trabajar y tejió una tela maravillosa en la entrada de la cueva. Tal vez piensan, que una tela de araña no resiste el viento. Pues bien, esta sí, hacía el efecto de una gruesa cortina. Era tan fina y tan sólida que el viento no se filtraba más al interior de la cueva. Y María se durmió enseguida.

            Al despertarse vio la tela araña. “Gracias a ti yo he podido dormir”, le dijo. “Eres buena, gracias”. La araña escondida en una grieta de la roca estaba colmada de alegría.

 

 

15-Las provisiones de la Ardilla

 

La ardilla había juntado abundante reservas de nueces. Las había escondido acá y allá y las había recubierto cuidadosamente de ramas, de tierra y de hojas.

            Era importante que las provisiones estuvieran en un lugar seguro, protegidas y bien escondidas. Pero he ahí que la ardilla era incapaz, ella misma, de encontrar sus escondrijos. ¡Que pena!, la naturaleza le había ofrecido una mesa ricamente provista, y ahora, estaba sin nada. La ardilla no encontraba más que viejos restos. Y a pesar de sus provisiones, sufría de hambre. Esto era bien fastidioso, sólo podía hacer una cosa, una cosa que no le gustaba nada: tenía que aventurarse a ir a las casa de los hombres en busca de algún alimento.

            Fue así como un día la ardilla fue testigo de una triste escena. Unas personas pobres habían golpeado a la puerta de un albergue  para pedir ayuda. La posadera fue  a abrir, los injurió y los echó a grandes gritos. La ardilla percibió sus rostros tan tristes y se sintió tan mal. En su corazoncito deseaba ayudarles. ¡Si por lo menos pudiese volver a encontrar sus provisiones!

            Salió saltando hacia el bosque y se puso a buscar una vez más. Y de repente se hizo bien fácil. No era que le había vuelto la memoria, sino que allí donde había escondido las nueces le parecía ver pequeñas lucecitas. La ardilla fue ahí a escarbar y volvió a encontrar sus reservas. Llenó sus carrillos de nueces y fue a encontrar a los viajeros. Estaba un poco temerosa, pero su timidez se fundió bajo las dulce miradas de María y José.

            Con presteza, saltó cerca de ellos y dejó en el camino 2 nueces para cada uno de ellos. Dirán sin duda alguna: ¡Dos nueces es muy poco para un estómago vació ¡ Pero lo que se da con amor siempre es más de lo que parece. María y José le agradecieron a la ardillita. Comieron sus nueces y su hambre quedó calmada.

            Desde ese día, la ardilla tuvo la vida más fácil. Cuando se ponía a buscar  sus provisiones escondidas, el suelo se iluminaba suavemente por los lugares donde estaban y nunca más escarbó en vano.